Eva
—¿Pensabas que había muerto? —me espetó Félix—. Algunos simplemente luchamos lo que sea necesario para ver la luz del día; tú lo debes saber. ¡Nos entregaste a todos, te hiciste pasar por una de nosotros y nos entregaste a la primera oportunidad! Siempre estuviste con el rey; eres una desgraciada ¡Venia a matarte! ¡Te estuve rastreando! ¡Esperando que salieras del castillo!— se agitaba el muy infeliz. De reojo veía al Duque, que parecía consternado.
—¿Cómo es posible que tengas a este infeliz desde cuándo? —pregunté, quitando la mirada de ese lobo. Recordaba esos momentos tensos, unos de los peores de mi vida.
—Desde hace unas semanas.
—¿Semanas? —pregunté, ofendida. Cachorrito miraba el lugar; sin duda había sido improvisado. Pero él, solo, sin que nadie lo supiera, lo había metido ahí, esa sabandija, directo bajo nuestras narices. Era impensable. ¿Que clase de locura era esta?
—Él fue el que colocó la amenaza: intentaba entrar a Ciudad Ónix ¡y su único propósito era acabar cont