BRANDON
Había creído ingenuamente que nuestra casa, porque Emilia seguía siendo mi esposa, era un lugar seguro, pero me estaba equivocando. Tenía que aumentar la seguridad y definitivamente mantener vigilada a mi mujer, porque nadie me estaba sacando la idea de que ella ya no era más mía.
El zumbido del teléfono me disparó las alarmas, porque ¿quién, maldita sea, manda un mensaje a las tres de la mañana?
Emilia dormía a mi lado, con el rostro completamente relajado, ajena al puto infierno que estaba a punto de desatarse. Así la quería ver, libre de preocupaciones. Tal vez fue uno de los motivos por los cuales decidí llevar cinco años de matrimonio alejado de ella.
Miré la pantalla de mi celular.
DESCONOCIDO: Te lo advertí.
Tragué saliva. Mi primer impulso fue maldecir en silencio, ignorar, fingir que era un mal sueño. Pero algo en mis tripas me gritaba que esto no era solo una amenaza vacía. Algo estaba a punto de romperse y no quería que Emilia sufriera las consecuencias.
Me lev