EMILIA
Mi respiración se volvió un péndulo lento, pesado, intentando mantenerse estable mientras por dentro una tormenta rugía. No podía permitirme un solo temblor, una sola mirada que lo delatara. Adam estaba hablando. Al fin estaba hablando. Y sus palabras eran cuchillas envenenadas que estaban tirando a matar lo que más quería en este mundo.
— Eres brillante, Adam —. Me obligué a decir, forzando una sonrisa que me supo a veneno—. Un verdadero genio por todo lo que has hecho.
Sus ojos azules brillaron con esa mezcla de orgullo y locura que me erizó la piel. Dio un paso hacia mí, y sentí cómo la habitación se encogía, tragándonos en una sombra espesa.
¿Genio? —Repitió, con una carcajada baja, oscura, que me heló la sangre—. Emilia, tú no tienes idea de lo que me ha costado esto. Lo que he tenido que hacer para llegar aquí.
— Es por eso que lo reconozco. Nadie puede hacer algo tan elaborado y. . . El mundo de Brandon está ardiendo.
Se hincó ante mis palabras. Literalmente cayó