EMILIA
El vestíbulo olía a café recién hecho, pero no hubo calidez en el aroma. El mármol relucía bajo mis tacones como una advertencia. Esa casa siempre había sido un templo al silencio y secretos bien enterrados. Caminé con paso firme, aunque por dentro sentía cómo el corazón me golpeaba las costillas como si quisiera escapar.
— ¿Está mi mamá? —Le pregunté, con voz suave a mi papá, que lideraba el camino.
— Salió a desayunar con sus amigas.
Sabía que mis padres nunca habían sido un matrimonio feliz y ahora entendía el por qué. Casi nunca comían juntos y siempre hubo un trato frío. Yo se lo atribuía a la infidelidad de mi mamá.
Avanzamos por el pasillo hasta llegar al vestíbulo. Mi papá les dijo a las empleadas que no nos molestaran.
— Emilia —dijo, con esa voz grave, cargada de poder y años de imposición—. Qué visita tan inesperada.
— Lo sé. Sé que lo que menos quieres ver es a mí —. Respondí, sosteniéndole la mirada—. No vine a tomar café, papá. Quiero hablar contigo de algo impor