EMILIA
El silencio después de esas palabras fue como un balazo en el aire, de esos que nadie esperaba. Podía oír cómo mi respiración se volvía un ruido obsceno en medio de ese vacío que acababa de tragarse el vestíbulo. Mis ojos estaban fijos en los de mi padre, pero en realidad no veía nada. Solo escuchaba el eco brutal de su confesión rebotando en mi cabeza.
"Sofía no es mi hija."
Él lo sabía, por supuesto que lo sabía. Sentía el dolor de mi papá ante la realidad de que Sofía, mi hermana, no era su hija.
El silencio se hizo presente por el impacto de un secreto que finalmente había explotado. Todo pasó mu muy rápido. El crujido del marmol debajo de los zapatos de mi hermana, fue como aquel sonido que provoca una avalanccha. Y el sufrimiento de ver a ambos fue algo que me marcó de por vida por lo devastados que estaban.
Sofía estaba ahí, mi hermana, mi Sofi. Mi chica estaba ahí parada con la piel blanca como una sábana de hospital, los ojos abiertos como platos y la respiración corta