Los días posteriores a la manifestación fueron un torbellino de emociones para Agatha y su equipo. La cobertura mediática continuaba, pero la tensión en la oficina era palpable. La ira de Al-Fayed se cernía sobre ellos como una nube oscura, y todos en la empresa se preguntaban qué medidas tomarían contra quienes habían alzado sus voces.
Al llegar a la oficina, Agatha notó que el ambiente era más frío que nunca. Los murmullos se desvanecieron cuando entró, y todos parecían estar al tanto de algo que ella ignoraba. Su corazón se aceleró mientras se dirigía a su escritorio, sintiendo la presión sobre sus hombros.
Cuando Samer llegó, su rostro estaba tenso. “Agatha, hemos recibido noticias de que Al-Fayed ha comenzado a hacer despidos masivos,” dijo, su voz grave. “Él está decidido a aplastarnos.”
“No puede hacer esto,” respondió Agatha, sintiendo que la indignación se acumulaba en su pecho. “No puede despedir a toda la empresa solo porque algunos de nosotros hemos hablado.”
Samer la miró