Rafael sintió cómo la ira le recorría las venas, ardiente y feroz. Su mandíbula se tensó mientras sus ojos se clavaban en Ari con una intensidad abrumadora.—Dilo otra vez —exigió, su voz baja pero cargada de una furia contenida.Ari sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por un momento, pensó que él se burlaría, que usaría su dolor en su contra, pero lo que vio en su mirada no era burla ni menosprecio… era algo mucho más oscuro.—Fui violada —susurró, sintiendo su garganta cerrarse.El aire en la habitación pareció volverse más denso.Rafael cerró los ojos por un breve instante, como si intentara contener al lobo salvaje que rugía dentro de él. Pero no podía. La bestia quería sangre. Quería venganza.Cuando volvió a abrirlos, su mirada ardía con un fuego peligroso.—¿Quién? —preguntó, su voz ronca, grave, casi un gruñido.Ari lo miró fijamente. Por primera vez, vio al Alfa en su forma más pura. No como un hombre arrogante que quería someterla, sino como una fuerza de la naturaleza
Ari caminó detrás del doctor Vargas, sintiendo cada músculo de su cuerpo tenso mientras se dirigían a la pequeña clínica dentro de la mansión. Rafael la seguía en silencio, pero su presencia era imposible de ignorar.Al llegar, Vargas abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara. La habitación era cálida, con luz tenue y un aroma a hierbas que resultaba sorprendentemente relajante.—Siéntate, Ari —dijo el doctor con voz suave, indicándole la camilla.Ella obedeció, evitando mirar a Rafael, quien se quedó de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa.Vargas tomó asiento frente a ella y abrió su carpeta.—Voy a hacerte algunas preguntas antes de los análisis, ¿de acuerdo?Ari asintió, aunque su cuerpo se mantenía rígido.—¿Cuándo fue la última vez que… pasó? —preguntó Vargas con tacto.Ari respiró hondo.—Hace un mes.Rafael cerró los ojos un segundo, como si esa confirmación le encendiera aún más la furia contenida.Vargas anotó en su hoja.—Está bien.
El doctor la mira —Es positivo — está embarazada Ari — dijo la forma mas calmada posible. El aire le faltaba. Su visión se tornó borrosa, y su mente giraba en espiral, atrapada entre el miedo y la desesperación. —Ari… —Rafael intentó acercarse, pero ella retrocedió de inmediato, chocando contra la camilla. —No quiero esto… —su voz era apenas un susurro quebrado—. No quiero… no puedo…— El doctor Vargas terminó de preparar la inyección y le hizo una seña a Rafael. —Si no la calmamos ahora, podría entrar en shock —advirtió con seriedad. Rafael tragó en seco. Sabía que Ari estaba al borde de romperse. Sus instintos le decían que la protegiera, pero en ese momento, ella parecía asustada incluso de él. —Ari, necesito que respires —insistió Rafael, acercándose con cautela. —No… —Ella negó con la cabeza, su cuerpo temblando de manera incontrolable—. No puedo… Sus piernas cedieron, y si Rafael no la hubiera atrapado a tiempo, habría caído al suelo. —Shhh… Estoy aquí —murm
Ari comenzó a tener un ataque de pánico luego del besos.—Respira conmigo —susurró, su voz firme, profunda, pero llena de ternura—. Uno… dos… conmigo, Ari. Tú puedes.Su aliento chocó con el de ella, cálido, real, presente. No era Nicolai. No eran cadenas. No era oscuridad.—Estás a salvo —repitió él, cerrando los ojos mientras mantenía su frente contra la de ella—. Yo te juro que no voy a dejar que nadie más te haga daño.Poco a poco, la respiración de Ari comenzó a acompasarse con la de Rafael. No era fácil. Cada vez que cerraba los ojos, la sombra de Nicolai intentaba colarse, pero la voz de Rafael era un ancla. Su voz, y sus manos, fuertes y cálidas en sus mejillas.—Eso es —murmuró él, sin moverse—. Así… Así está bien.—Ari parpadeó, sus ojos humedecidos por las lágrimas lo buscaron. Y lo encontró.Rafael.No Nicolai. No el horror.Solo Rafael.—¿Me vas a quedar conmigo… aunque lo haga? —su voz era apenas un suspiro.Rafael asintió, sin apartarse ni un centímetro.—Aunque lo haga
El silencio cálido que envolvía a Ari y Rafael se quebró cuando la puerta se abrió con urgencia.—¿Ari? ¿Estás bien? —preguntó Momo, entrando junto a Sofía, con el ceño fruncido.Las dos se detuvieron en seco al ver la escena: Rafael recostado con Ari en brazos, cubriéndola con su cuerpo sin invadirla, como un escudo vivo. Los ojos de Ari estaban cerrados, pero no dormía; simplemente, descansaba… por fin.Sofía, como Alfa, percibió enseguida el lazo latente. Momo, como Beta, lo sintió en la tensión que se había disipado en la habitación, sustituida por una calma profunda, casi sagrada.—¿Qué pasó? —susurró Sofía, bajando el tono.Rafael alzó la vista. Su expresión era grave, fría, como cuando lideraba operaciones arriesgadas… pero esta vez, había fuego en sus ojos. El lobo rugía en su interior, y ya no pensaba quedarse de brazos cruzados.—Vayan a buscar a mi tío Zacarías —ordenó sin rodeos—. Ahora. Él y el doctor Vargas deben estar en la sala médica.Momo asintió al instante.—¿Y qué
El aire estaba tenso, cargado de decisiones urgentes. Zacarías caminaba con pasos firmes junto a Rafael, revisando en su móvil los contactos de los líderes de las manadas más antiguas. Ari, con el rostro aún marcado por las emociones vividas, los alcanzó con decisión en la mirada.—Voy con ustedes —dijo firme, deteniéndose frente a ellos.Rafael frunció el ceño, preocupado.—Ari, no tenés que exponerte más. Ya hiciste suficiente, hablaste, abriste heridas que muchos no podrían ni mencionar.—Y justo por eso voy —respondió ella sin dudar—. Nadie los va a entender como yo. Necesitan ver que no soy un número. No una víctima. Soy alguien que sobrevivió. Alguien que habla por los que no pueden.Zacarías la observó por un instante, en silencio. Luego asintió lentamente, con respeto en los ojos.—Tu voz puede mover montañas, pequeña. Y si vas con nosotros… tal vez sea la chispa que encienda la rebelión completa.—¿A cuál vamos primero? —preguntó ella, tomando una chaqueta que alguien le habí
El aire estaba cargado de tensión. La sala circular del consejo olía a madera quemada, cuero, y rabia contenida. Alfas de todas las ramas de la manada Lycan se habían reunido: ancianos, guerreros, líderes de escuadras. Todos con cicatrices. Todos con mirada aguda. Ari respiró hondo. Sentía el peso de tantas miradas sobre ella… pero la mano de Rafael, cálida y firme, sostenía la suya. —Estoy con vos —le susurró él al oído—. No tenés que hacerlo sola. Ella asintió, pero dio un paso al frente. Ya no era solo una Omega asustada. Era Ari Westbrook. Sobreviviente. Voz de los que no pudieron hablar. —Mi nombre es Ari Westbrook —dijo, su voz firme, resonando en la piedra y el fuego del consejo—. Fui enviada al internado Luna Roja a los diecinueve años, después de negarme a obedecer a mi familia. Me consideraron una “Omega rebelde”. Lo que encontré ahí no fue reeducación… fue un infierno. Sacó las fotos. Las colocó sobre la mesa del consejo. Heridas frescas. Cicatrices viejas. Moreton
El antiguo templo circular de piedra estaba lleno. Cada rincón ocupado por representantes de manadas de todo el país: tigres, osos, guapardos, zorros, panteras, lobos y más. El ambiente era denso, cargado de tensión, pero también de expectativa. Todos habían sido convocados por una razón que aún no comprendían del todo. Ares, el imponente líder de la manada Lycan, de cabello gris oscuro y mirada de acero, dio un paso al frente. —Hoy no vengo como líder Lycan. Vengo como testigo de una verdad que el mundo ha querido enterrar. Prepárense para escucharla. Dio un paso atrás, dejando el centro del círculo libre. Rafael tomó la mano de Ari. Ella estaba temblando. Pero aun así, caminó hacia el centro. Cada paso suyo resonaba en el suelo sagrado como un golpe de tambor. Cuando llegó, se detuvo. Respiró hondo. Todos la miraban. Algunos con curiosidad, otros con desdén… pero el silencio era absoluto. Entonces, sin decir una sola palabra, Ari soltó el cinturón de su vestido ceremonial