El aire estaba cargado de tensión. La sala circular del consejo olía a madera quemada, cuero, y rabia contenida. Alfas de todas las ramas de la manada Lycan se habían reunido: ancianos, guerreros, líderes de escuadras. Todos con cicatrices. Todos con mirada aguda.
Ari respiró hondo. Sentía el peso de tantas miradas sobre ella… pero la mano de Rafael, cálida y firme, sostenía la suya.
—Estoy con vos —le susurró él al oído—. No tenés que hacerlo sola.
Ella asintió, pero dio un paso al frente. Ya no era solo una Omega asustada. Era Ari Westbrook. Sobreviviente. Voz de los que no pudieron hablar.
—Mi nombre es Ari Westbrook —dijo, su voz firme, resonando en la piedra y el fuego del consejo—. Fui enviada al internado Luna Roja a los diecinueve años, después de negarme a obedecer a mi familia. Me consideraron una “Omega rebelde”. Lo que encontré ahí no fue reeducación… fue un infierno.
Sacó las fotos. Las colocó sobre la mesa del consejo. Heridas frescas. Cicatrices viejas. Moreton