El aire estaba tenso, cargado de decisiones urgentes. Zacarías caminaba con pasos firmes junto a Rafael, revisando en su móvil los contactos de los líderes de las manadas más antiguas. Ari, con el rostro aún marcado por las emociones vividas, los alcanzó con decisión en la mirada.
—Voy con ustedes —dijo firme, deteniéndose frente a ellos.
Rafael frunció el ceño, preocupado.
—Ari, no tenés que exponerte más. Ya hiciste suficiente, hablaste, abriste heridas que muchos no podrían ni mencionar.
—Y justo por eso voy —respondió ella sin dudar—. Nadie los va a entender como yo. Necesitan ver que no soy un número. No una víctima. Soy alguien que sobrevivió. Alguien que habla por los que no pueden.
Zacarías la observó por un instante, en silencio. Luego asintió lentamente, con respeto en los ojos.
—Tu voz puede mover montañas, pequeña. Y si vas con nosotros… tal vez sea la chispa que encienda la rebelión completa.
—¿A cuál vamos primero? —preguntó ella, tomando una chaqueta que alguien le habí