El antiguo templo circular de piedra estaba lleno. Cada rincón ocupado por representantes de manadas de todo el país: tigres, osos, guapardos, zorros, panteras, lobos y más. El ambiente era denso, cargado de tensión, pero también de expectativa. Todos habían sido convocados por una razón que aún no comprendían del todo.
Ares, el imponente líder de la manada Lycan, de cabello gris oscuro y mirada de acero, dio un paso al frente.
—Hoy no vengo como líder Lycan. Vengo como testigo de una verdad que el mundo ha querido enterrar. Prepárense para escucharla.
Dio un paso atrás, dejando el centro del círculo libre.
Rafael tomó la mano de Ari. Ella estaba temblando. Pero aun así, caminó hacia el centro. Cada paso suyo resonaba en el suelo sagrado como un golpe de tambor.
Cuando llegó, se detuvo. Respiró hondo. Todos la miraban. Algunos con curiosidad, otros con desdén… pero el silencio era absoluto.
Entonces, sin decir una sola palabra, Ari soltó el cinturón de su vestido ceremonial