Ari observó la ventana, su mente trabajando a toda velocidad. La idea de escapar por las tuberías de aire en su forma de conejo era tentadora, pero demasiado arriesgada. Una caída desde esa altura sería fatal, incluso para ella. Sabía que tenía que ser cautelosa, planificar cada movimiento con precisión.
Suspiró, consciente de la precaria situación en la que se encontraba. Estaba en "números rojos", como pensaba, sin aliados y rodeada de enemigos. Tenía que jugar sus cartas con inteligencia, usando cada recurso a su disposición. Se levantó de la cama y comenzó a explorar la habitación, buscando cualquier detalle que pudiera ser útil. Examinó los muebles, las cortinas, las paredes, buscando una posible salida o un arma improvisada. Cada objeto era un potencial aliado o enemigo. Mientras exploraba, Ari recordó las palabras de Rafael sobre los otros Alfas. La idea de ser compartida, de ser usada como un objeto, le revolvió el estómago. Sabía que no podía permitir que eso sucediera. Tenía que encontrar una manera de escapar, de recuperar su libertad, antes de que fuera demasiado tarde. La noche transcurrió lentamente, y Ari se mantuvo alerta, escuchando cada sonido, observando cada sombra. Sabía que el peligro acechaba en cada esquina, pero también sabía que no podía dejarse paralizar por el miedo. Tenía que ser valiente, astuta, y aprovechar cada oportunidad que se presentara. Con el amanecer, Ari se preparó para enfrentar el día. Sabía que sería un día difícil, lleno de desafíos y humillaciones. Pero también sabía que no se rendiría. Lucharía por su libertad, por su dignidad, hasta el último aliento. La mañana llegó con una pesadez opresiva. Ari fue escoltada a un salón más pequeño, pero igualmente lujoso, donde la esperaban los miembros de la manada que Rafael había mencionado. La tensión en el aire era palpable, y Ari sintió las miradas escrutadoras de cada uno de ellos. Rafael estaba allí, por supuesto, con una sonrisa fría y calculadora en su rostro. A su lado, se encontraban tres Alfas más: Un hombre de complexión robusta y mirada hosca, que parecía irradiar una aura de pura fuerza bruta. Otro, de rasgos afilados y ojos penetrantes, que observaba a Ari con una curiosidad depredadora. Y un tercero, de actitud más relajada, pero con una sonrisa que no inspiraba confianza. Además de Theron, había otro Beta, una mujer de mirada dura y expresión severa, que parecía ser la mano derecha de Rafael. Rafael se dirigió a Ari, su voz resonando en el silencio del salón. —Omega, permíteme presentarte a los miembros de nuestra manada. Ellos, al igual que yo, compartirán tu... compañía— La forma en que pronunció la palabra "compañía" hizo que a Ari se le helara la sangre. Era evidente que no se refería a una simple convivencia, sino a algo mucho más siniestro. Los Alfas la observaron con una mezcla de deseo y posesividad, mientras que los Betas la miraban con desprecio y hostilidad. Ari mantuvo la cabeza en alto, negándose a mostrar miedo o debilidad. —No compartiré nada con ustedes —declaró, su voz firme y clara—No soy una posesión para ser compartida—Replico Rafael soltó una carcajada, un sonido que resonó en el salón. —Oh, Omega, qué testaruda eres. Pronto aprenderás tu lugar— La tensión en el salón era palpable, y Ari sabía que estaba jugando con fuego. Pero no podía, no quería, someterse a ellos. Prefería morir antes que permitir que la trataran como a un objeto. Rafael, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, hizo un gesto hacia los demás miembros de la manada. —Adelante, caballeros, preséntense. No queremos que nuestra invitada se sienta incómoda con la falta de formalidades— El Alfa de complexión robusta dio un paso al frente, su voz resonando con una profunda gravedad. —Me llamo Borias. Soy el guerrero principal de esta manada— El Alfa de rasgos afilados inclinó la cabeza ligeramente, su mirada fija en Ari. —Mi nombre es Kael. Soy el estratega de la manada— El Alfa de actitud relajada sonrió, mostrando unos dientes blancos y afilados. —Me llaman William. Soy... digamos que me encargo de los asuntos más... delicados— La Beta, con su mirada dura, se presentó con una voz cortante. —Soy Anya. Soy la segunda al mando después de Rafael. Rafael volvió a mirar a Ari, su sonrisa ahora más amplia y depredadora. —Ahora que conocen sus nombres, Omega, espero que se sientan más... cómoda. Aunque dudo que eso sea posible— Ari mantuvo su mirada fija en Rafael, ignorando a los demás. —No me siento cómoda en presencia de depredadores— La tensión en el salón se intensificó, y Ari supo que había cruzado una línea. Pero no le importaba. No se rebajaría a jugar sus juegos. La sonrisa de Rafael se ensanchó, revelando una crueldad que hizo que el estómago de Ari se revolviera. —Tiene carácter, sí —dijo, su voz cargada de un tono posesivo—Sería la madre perfecta para nuestros cachorros— La mención de los cachorros hizo que Ari sintiera un escalofrío. La idea de llevar a sus hijos, de ser la madre de los hijos de esos hombres, era abominable. —No seré la madre de sus hijos —declaró, su voz llena de desprecio— Prefiero morir— dijo con una sonrisa Rafael se encogió de hombros, como si la opinión de Ari no tuviera importancia. —Oh, Omega, no seas tan dramática. Pronto te darás cuenta de que no tienes elección— Los otros Alfas observaron la escena con una mezcla de diversión y deseo. Parecían disfrutar del tormento de Ari, de su impotencia. —No me someteré a ustedes —insistió Ari, su voz temblando de rabia—. No seré su esclava. Anya, la Beta, se acercó a Ari, su mirada llena de desprecio. —No tienes derecho a hablar así, Omega. Eres una invitada en nuestra casa, y debes mostrar respeto— —Respeto —escupió Ari—No merecen mi respeto—La tensión en el salón era casi insoportable. Ari sabía que estaba desafiando a hombres poderosos, hombres acostumbrados a la obediencia. Pero no podía, no quería, ceder. Prefería morir antes que permitir que la humillaran.Rafael sonrió con suficiencia, su mirada recorriendo el rostro desafiante de Ari. —¿Aún no lo entiendes, Omega? —preguntó con un tono de falsa sorpresa—. Estás aquí porque eres una Omega excepcional. Una Omega con un espíritu indomable, una rareza en estos tiempos. Hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran en el salón. —Mi manada necesita una Omega. Una que nos recuerde constantemente nuestro poder, nuestra fuerza. Y tú, Ari, tienes el potencial de ser esa Omega.— Se acercó un paso, su presencia imponente llenando el espacio entre ellos . —Pero para eso, debes someterte. Debes aceptar tu lugar. Aquí, la libertad se gana con la lealtad y la obediencia. Y tú, mi querida Omega, tienes mucho que aprender sobre ambas. Su mirada se endureció ligeramente. —Además —añadió con un tono más bajo, casi como un secreto compartido—, tu desafío de anoche... despertó mi interés. Una Omega que se atreve a enfrentarse a un Alfa como yo... eso es algo que no se ve todos los días.
Rafael sintió cómo la ira le recorría las venas, ardiente y feroz. Su mandíbula se tensó mientras sus ojos se clavaban en Ari con una intensidad abrumadora.—Dilo otra vez —exigió, su voz baja pero cargada de una furia contenida.Ari sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por un momento, pensó que él se burlaría, que usaría su dolor en su contra, pero lo que vio en su mirada no era burla ni menosprecio… era algo mucho más oscuro.—Fui violada —susurró, sintiendo su garganta cerrarse.El aire en la habitación pareció volverse más denso.Rafael cerró los ojos por un breve instante, como si intentara contener al lobo salvaje que rugía dentro de él. Pero no podía. La bestia quería sangre. Quería venganza.Cuando volvió a abrirlos, su mirada ardía con un fuego peligroso.—¿Quién? —preguntó, su voz ronca, grave, casi un gruñido.Ari lo miró fijamente. Por primera vez, vio al Alfa en su forma más pura. No como un hombre arrogante que quería someterla, sino como una fuerza de la naturaleza
Ari caminó detrás del doctor Vargas, sintiendo cada músculo de su cuerpo tenso mientras se dirigían a la pequeña clínica dentro de la mansión. Rafael la seguía en silencio, pero su presencia era imposible de ignorar.Al llegar, Vargas abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara. La habitación era cálida, con luz tenue y un aroma a hierbas que resultaba sorprendentemente relajante.—Siéntate, Ari —dijo el doctor con voz suave, indicándole la camilla.Ella obedeció, evitando mirar a Rafael, quien se quedó de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa.Vargas tomó asiento frente a ella y abrió su carpeta.—Voy a hacerte algunas preguntas antes de los análisis, ¿de acuerdo?Ari asintió, aunque su cuerpo se mantenía rígido.—¿Cuándo fue la última vez que… pasó? —preguntó Vargas con tacto.Ari respiró hondo.—Hace un mes.Rafael cerró los ojos un segundo, como si esa confirmación le encendiera aún más la furia contenida.Vargas anotó en su hoja.—Está bien.
El doctor la mira —Es positivo — está embarazada Ari — dijo la forma mas calmada posible. El aire le faltaba. Su visión se tornó borrosa, y su mente giraba en espiral, atrapada entre el miedo y la desesperación. —Ari… —Rafael intentó acercarse, pero ella retrocedió de inmediato, chocando contra la camilla. —No quiero esto… —su voz era apenas un susurro quebrado—. No quiero… no puedo…— El doctor Vargas terminó de preparar la inyección y le hizo una seña a Rafael. —Si no la calmamos ahora, podría entrar en shock —advirtió con seriedad. Rafael tragó en seco. Sabía que Ari estaba al borde de romperse. Sus instintos le decían que la protegiera, pero en ese momento, ella parecía asustada incluso de él. —Ari, necesito que respires —insistió Rafael, acercándose con cautela. —No… —Ella negó con la cabeza, su cuerpo temblando de manera incontrolable—. No puedo… Sus piernas cedieron, y si Rafael no la hubiera atrapado a tiempo, habría caído al suelo. —Shhh… Estoy aquí —murm
Ari comenzó a tener un ataque de pánico luego del besos.—Respira conmigo —susurró, su voz firme, profunda, pero llena de ternura—. Uno… dos… conmigo, Ari. Tú puedes.Su aliento chocó con el de ella, cálido, real, presente. No era Nicolai. No eran cadenas. No era oscuridad.—Estás a salvo —repitió él, cerrando los ojos mientras mantenía su frente contra la de ella—. Yo te juro que no voy a dejar que nadie más te haga daño.Poco a poco, la respiración de Ari comenzó a acompasarse con la de Rafael. No era fácil. Cada vez que cerraba los ojos, la sombra de Nicolai intentaba colarse, pero la voz de Rafael era un ancla. Su voz, y sus manos, fuertes y cálidas en sus mejillas.—Eso es —murmuró él, sin moverse—. Así… Así está bien.—Ari parpadeó, sus ojos humedecidos por las lágrimas lo buscaron. Y lo encontró.Rafael.No Nicolai. No el horror.Solo Rafael.—¿Me vas a quedar conmigo… aunque lo haga? —su voz era apenas un suspiro.Rafael asintió, sin apartarse ni un centímetro.—Aunque lo haga
El silencio cálido que envolvía a Ari y Rafael se quebró cuando la puerta se abrió con urgencia.—¿Ari? ¿Estás bien? —preguntó Momo, entrando junto a Sofía, con el ceño fruncido.Las dos se detuvieron en seco al ver la escena: Rafael recostado con Ari en brazos, cubriéndola con su cuerpo sin invadirla, como un escudo vivo. Los ojos de Ari estaban cerrados, pero no dormía; simplemente, descansaba… por fin.Sofía, como Alfa, percibió enseguida el lazo latente. Momo, como Beta, lo sintió en la tensión que se había disipado en la habitación, sustituida por una calma profunda, casi sagrada.—¿Qué pasó? —susurró Sofía, bajando el tono.Rafael alzó la vista. Su expresión era grave, fría, como cuando lideraba operaciones arriesgadas… pero esta vez, había fuego en sus ojos. El lobo rugía en su interior, y ya no pensaba quedarse de brazos cruzados.—Vayan a buscar a mi tío Zacarías —ordenó sin rodeos—. Ahora. Él y el doctor Vargas deben estar en la sala médica.Momo asintió al instante.—¿Y qué
El aire estaba tenso, cargado de decisiones urgentes. Zacarías caminaba con pasos firmes junto a Rafael, revisando en su móvil los contactos de los líderes de las manadas más antiguas. Ari, con el rostro aún marcado por las emociones vividas, los alcanzó con decisión en la mirada.—Voy con ustedes —dijo firme, deteniéndose frente a ellos.Rafael frunció el ceño, preocupado.—Ari, no tenés que exponerte más. Ya hiciste suficiente, hablaste, abriste heridas que muchos no podrían ni mencionar.—Y justo por eso voy —respondió ella sin dudar—. Nadie los va a entender como yo. Necesitan ver que no soy un número. No una víctima. Soy alguien que sobrevivió. Alguien que habla por los que no pueden.Zacarías la observó por un instante, en silencio. Luego asintió lentamente, con respeto en los ojos.—Tu voz puede mover montañas, pequeña. Y si vas con nosotros… tal vez sea la chispa que encienda la rebelión completa.—¿A cuál vamos primero? —preguntó ella, tomando una chaqueta que alguien le habí
El aire estaba cargado de tensión. La sala circular del consejo olía a madera quemada, cuero, y rabia contenida. Alfas de todas las ramas de la manada Lycan se habían reunido: ancianos, guerreros, líderes de escuadras. Todos con cicatrices. Todos con mirada aguda. Ari respiró hondo. Sentía el peso de tantas miradas sobre ella… pero la mano de Rafael, cálida y firme, sostenía la suya. —Estoy con vos —le susurró él al oído—. No tenés que hacerlo sola. Ella asintió, pero dio un paso al frente. Ya no era solo una Omega asustada. Era Ari Westbrook. Sobreviviente. Voz de los que no pudieron hablar. —Mi nombre es Ari Westbrook —dijo, su voz firme, resonando en la piedra y el fuego del consejo—. Fui enviada al internado Luna Roja a los diecinueve años, después de negarme a obedecer a mi familia. Me consideraron una “Omega rebelde”. Lo que encontré ahí no fue reeducación… fue un infierno. Sacó las fotos. Las colocó sobre la mesa del consejo. Heridas frescas. Cicatrices viejas. Moreton