102. EL TRABAJO SECRETO DE HELENA.
El humo de su puro ascendía hasta el techo de caoba, formando una neblina densa sobre el escritorio.
El señor Dixon, patriarca de la familia, golpeó la mesa con el periódico doblado. Su rostro estaba congestionado por la rabia y la humillación pública.
Silvia Mancilla, con su habitual elegancia inmaculada, se limitó a sorber su té con delicadeza.
Sabía que contradecirlo en este momento solo empeoraría el ataque de ira. La noticia del secuestro seguía ocupando todos los titulares.
—Alexander ha tirado todo por la borda —siseó el hombre, su voz grave—. Expuso nuestra vergüenza al mundo entero.
—Lo hizo por su esposa, Alejandro —respondió Silvia con suavidad, evitando mirarlo a los ojos—. Verónica estaba en peligro, no podías esperar que…
—¡Pude esperar que mantuviera nuestra dignidad! —la interrumpió, arrojando el periódico a un lado—. Ahora somos el hazmerreír de toda la ciudad, Silvia.
El escándalo del secuestro era solo la punta del iceberg de su furia. Lo que realmente