Zhanna inconsciente.

El médico líder de las investigaciones llevó consigo una jeringuilla plateada y se la mostró a Reiden.

—Esto es lo más cerca que hemos conseguido para un antídoto contra la toxina. Si la pongo en tu sangre, quizás le sirva a ella.

—¡Póngamela! —exigió Reiden sin pensarlo.

—Pero debes entender que tú no estás herido. El antídoto podrá dañarte, y no se lo puedo poner a ella porque sigue siendo una humana común. Tengo la esperanza de que, si el antídoto está en tu sangre…

—¡Adminístramelo de una vez!

—Será doloroso.

—¡Solo hazlo!

El médico administró la droga a Reiden, y este comenzó a sentir cómo sus venas se le achicharraban. Aunado a la sangre que perdía, el dolor era insoportable. Sin embargo, el corazón de Zhana recuperó el ritmo, y eso le dio paz a Reiden.

Se recostó en una silla, sudando frío. El médico se movió muy rápido, tomó un recipiente y se lo entregó justo a tiempo para que Reiden devolviera hasta la primera papilla.

—Debes resistir, cualquier analgésico que te dé puede i
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