Tengamos un bebé.
En la mansión del supremo.
Con el rostro empapado en sudor y un fino hilo de sangre bajándole por el surco de la nariz, Derek retiró por fin sus dedos de las sienes de Scarlet.
Ella abrió los ojos despacio, parpadeando como si la luz del día, le clavara cuchillos, y lo encontró sentado junto a ella en el sofá, con la manga de su bata de seda arremangada. Intentaba limpiar la sangre con gestos torpemente desesperados, como si cada movimiento le costara un mundo.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué sangras? —preguntó Scarlet, con voz débil y con un destello de culpa en el tono— ¿Otra vez te robé energía…?
Derek negó con la cabeza, todavía agitado.
Le atrapó una mano y la atrajo hasta sentarla en su regazo, sujetándola con la firmeza de quien sostiene a la única ancla que le queda.
—No, mi reina —murmuró, pensativo—. No me absorbiste energía. Es que, en tus memorias ancestrales... vi a un hombre colocando un sello sobre ti desde que estabas en el vientre de tu madre. Es un sello potente; un sello q