Princeso orgulloso y lobo testarudo.
Inmediatamente, Zhana llegó a casa con Reiden, lo acostó boca abajo sobre la cama con cuidado y desesperación.
Apenas lo dejó quieto, corrió a buscar el botiquín de primeros auxilios que ella misma había llevado cuando se mudó con sus cosas a la manada.
Las manos le temblaban mientras abría los frascos, las vendas se le resbalaban por las lágrimas que no paraban de caer.
Comenzó a limpiar las heridas que las garras habían dejado en su piel, soplando sobre cada corte como si con eso pudiera calmar el ardor.
—Te duele… puedes quejarte, ¿sabes? A pesar de todo, también tienes un lado humano —susurró con un hilo de voz, porque el silencio de Reiden le pesaba como plomo.
Pero él no respondía, hundido en su propio tormento. Era la primera vez que le fallaba a su alfa, y la vergüenza lo carcomía.
Él, un regente que jamás había titubeado para matar a un enemigo, que nunca había vacilado al cumplir sus deberes, ahora se sentía reducido a cenizas. Le ardía más la culpa que las heridas en la