Ultimátum de la princesa.
El rey de los vampiros, sin inmutarse, apoyó los dedos en la mesa como quien dispone fichas en un tablero.
—No. Pero la paciencia es estrategia. Si vamos con prisas, perderemos aliados y daremos excusas a Derek para ignorarnos. Convocaré a los reyes y si se demuestra que hay un súcubo entre ellos, la reacción será rápida y brutal.
Mariska apretó la mandíbula; y sus uñas blancas se clavaron en la palma de la mano.
—Padre. Eres un perdedor de gabinete —bufó—. Hacemos tiempo mientras esa basura se reproduce entre los tuyos.
El rey la observó con una mezcla de tristeza y decepción. Su hija, la princesa, ya no hablaba como heredera sino como herida que necesita venganza.
—Hija —dijo, con voz cansada—, no jugaré con la paz por tu orgullo. Si quieres esta guerra, tráeme pruebas. Trae testigos. No vengas a mi puerta con rabia y sangre en los dedos. Como los dos imbéciles de ayer.
Mariska se quedó inmóvil, con la furia, vibrando en sus venas como una campana a punto de quebrarse. En su mirada