No quiero tu dinero. Te quiero a ti.

Scarlet sintió una corriente que la atravesó como un rayo. Desde dentro. Hacia afuera. Como si la piel se le hubiera vuelto cristal y él supiera exactamente dónde tocar para romperla.

Se soltó de golpe, asustada por esa sensación tan intensa.

—¡Aquí está tu suéter…! —dijo atropellada—. Perdón por devolvértelo con mi sudor, pero lavarlo ahora nos tomaría tiempo y supongo que… debes tener hambre.

Derek se mordió la lengua para no soltar lo primero que se le vino a la cabeza:

"Si pudiera tener toda mi ropa impregnada con tu aroma, sería el lobo más feliz del maldito universo"

Pero se contuvo.

Al llegar a un pequeño restaurante sencillo, con luces cálidas y plantas colgantes en cada rincón, Scarlet sonrió como si estuviera llevando a Derek a un lugar digno de estrellas Michelin.

—Camarero, lo de siempre —pidió con seguridad, como si tuviera acciones en el lugar.

El mesero asintió con familiaridad y se retiró, dejándolos en una mesita de madera junto a un muro cubierto de helechos.

Derek
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