Lunita atrevida.
Arqueó la espalda con violencia cuando él volvió a pellizcar sus pezones, como un verdugo y un amante al mismo tiempo.
—Claro que puedo… —susurró él, con esa voz de trueno que estremecía—. Porque eres mía. Y voy a adorarte hasta que descubras lo mucho que puedes soportar… y lo mucho que puedes gozar.
Ella entrecerró los ojos, tramando algo, y deseó tener aceite en las manos. En cuanto lo pensó, sintió que sus palmas estaban resbaladizas. Una sonrisa lenta, descarada, apareció en su boca.
—Donde no las dan… se toman —murmuró con picardía.
Y sin pedir permiso, atrapó la erección palpitante de Derek, bombeándola con sus manos lubricadas. La respiración del alfa se quebró en un gemido grave que estremeció las paredes de la ilusión mágica.
—Lunita atrevida… —rugió él, inclinando la cabeza con un gruñido—. En ese caso… tendré que subirle a la intensidad.
De pronto, su mano se deslizó entre las piernas de ella, abriéndolas con rudeza deliciosa. Encontró el centro de su humedad y comenzó a fr