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Capítulo 8- Reglas del juego

El sabor de la culpa era amargo en la boca de Elsa, pero se disolvía ante la electricidad del recuerdo.

Condujo a casa a una velocidad inestable. Una vez en su apartamento, se duchó con un celo febril, intentando borrar el olor de ese encuentro, a intemperie y, sobre todo, a Damián. Cuando Leo llegó del trabajo, ella estaba sentada en su cama, fingiendo leer un informe, su fachada pulcra de nuevo en su lugar.

Leo le habló de su día. Ella asintió. Él no notó nada. Y esa ceguera fue el permiso silencioso que Elsa necesitaba.

A la mañana siguiente, Elsa supo que necesitaba establecer límites. No podía simplemente caer en la pasión sin un marco que protegiera su vida con Leo. Tomó su móvil antes de que Leo despertara.

-Elsa: Necesitamos hablar sobre lo que acaba de pasar. Esto no puede ser un impulso. Tiene que haber reglas y límites.

- La respuesta de Damián llegó al instante, cargada con su habitual arrogancia.

Damián: ¿Reglas? Pensé que huir de tu vida aburrida era suficiente regla. Pero si quieres jugar a la abogada, juguemos.

- Se encontraron esa tarde, en el mismo café. Elsa llegó primero, vestida con su uniforme de estabilidad, lista para dictar términos.

- "Escucha," comenzó Elsa tan pronto como él se sentó. Su voz era baja y urgente. "Esto es una anomalía. Yo amo a Leo. Estamos juntos, estamos construyendo un hogar y vamos a casarnos, queremos tener hijos.

Necesito que esto sea claro: Él es el futuro, tú eres el presente, y el presente tiene fecha de caducidad."

- Damián tomó un sorbo de su café con leche. "Continúa. Me encanta cuando hablas de contratos."

- "Primera regla," dijo Elsa, ignorando su sarcasmo. "La discreción es absoluta. Cero llamadas. Solo mensajes de texto. Nunca puedes aparecer en un lugar donde yo esté con Leo o con mis amigos."

- "Acepto," dijo Damián, asintiendo lentamente. "No soy un competidor, Elsa. Soy un refugio. Entiendo las reglas del juego limpio... o al menos, del juego secreto."

- "Segunda regla," continuó ella, sintiendo cómo el corazón le golpeaba en la garganta. Esta era la más difícil. "Cero intimidad emocional. Cero intimidad con penetracion, Esto será distinto. Por otro lado No hablamos de amor, no nos hacemos promesas, no tenemos citas 'normales'. No soy tu novia."

- Damián sonrió, y esa sonrisa desarmó la armadura de Elsa. "Demasiado tarde, Elsa. Te dije que te amo en un mensaje. Eso es lo más honesto que he dicho en cinco años. Pero si quieres que mantenga mi boca cerrada sobre los sentimientos, lo haré. Me conformaré con hablar con tu cuerpo. ¿Esa es la regla?"

- Elsa asintió, incapaz de mirarlo a los ojos. "Es la regla."

"Bien," Damián apoyó los brazos sobre la mesa, inclinándose hacia ella, creando una burbuja de intensidad en medio del café. "Ahora mi regla. Una sola, pero innegociable."

Elsa esperó, conteniendo la respiración.

"No me mientas sobre la intimidad." Sus ojos verdes eran serios, peligrosos. "Aunque aún no creo que Leo no te toca en caso de que así sea pues si en algún momento lo hace, me lo dices. No quiero la ilusión de que soy el único que te hace sentir algo, solo para descubrir que regresas a su cama. Si él te satisface, yo me voy. Este arreglo es solo para llenar el vacío que él deja." Yo no te pediré que termines nada, nunca te pediré que lo dejes!!

Elsa sintió que el aire se le escapaba. Damián había invertido la dinámica por completo. Lejos de ser el capricho, él se había convertido en el guardián de la verdad en su relación, y el juez de su propia traición.

"¿Trato hecho?" preguntó Damián, extendiendo la mano sobre la mesa.

Elsa miró su mano. Era la misma mano que, horas antes, le había recordado lo que significaba sentirse viva. Tomarla era aceptar su realidad como mujer dividida.

"Trato hecho," susurró Elsa, sellando el pacto.

Elsa salió del café sintiendo que no había puesto reglas, sino que había firmado una sentencia.

Había aceptado la pasión pura y sin pretensiones de Damián a cambio de mentirle a su alma, y a Leo, sobre la solidez de su futuro. El futuro con su novio ahora pendía de un hilo, y Damián sostenía las tijeras.

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