El restaurante «Le Jardin» era un lugar discreto, de paredes forradas en seda color champán y mesas lo suficientemente separadas como para garantizar conversaciones privadas. Alexander eligió este lugar con precisión quirúrgica: lo suficientemente público como para disuadir cualquier drama, lo suficientemente exclusivo como para no ser molestado. Llegó exactamente a la hora acordada, y ella ya estaba allí.
Isabella Rossi no había envejecido; se había refinado. Sentada junto a la ventana que daba a Central Park, su silueta era esbelta y elegante, envuelta en un vestido de color azul oscuro que realzaba sus ojos, del mismo tono penetrante que él recordaba. Su cabello, más corto que antes, estaba peinado con una precisión que hablaba de control. Cuando lo vio acercarse, una sonrisa se dibujó en sus labios, una curva perfecta y calculada que no llegaba a sus ojos.
—Alexander —dijo su voz, un contralto suave que aún conservaba su acento italiano sutil—. Tan puntual como siempre.
—Isabella