La lluvia cesó cerca de la medianoche, dejando las calles de Nueva York brillantes como obsidiana bajo la tenue luz de la luna. En el ático, el silencio era denso, cargado no con el misterio de una llamada anónima, sino con el peso de un nombre que Olivia ya conocía. Un nombre que Sebastian había sembrado en su mente como una semilla venenosa semanas atrás: Isabella Rossi.
Alexander había intentado sumergirse en un informe de mercado asiático, pero sus ojos recorrían las mismas líneas una y otra vez sin procesar su significado. Olivia, sentada en el sofá con un libro que no leía, sentía la tensión como una presencia física entre ellos. Cada vez que miraba a Alexander, veía el rostro de Sebastian, su sonrisa burlona mientras decía: "¿Crees que eres la primera? Isabella Rossi... Él le mostró sus dudas, sus luchas... y cuando estuvo completamente enganchada... puf. La cortó sin piedad."
Finalmente, Alexander cerró su portátil con un golpe seco. El sonido resonó en la quietud. Se pasó una