El cóctel se desarrollaba en la gran sala de recepciones, una estancia que aspiraba a ser un salón del trono versallesco. Dorados opresivos, pesados cortinajes de terciopelo carmesí y más retratos de ancestros de mirada severa creaban una atmósfera de opulenta asfixia. Un quinteto de cuerda tocaba a Mozart en un rincón, pero la música apenas lograba enmascarar el zumbido de docenas de conversaciones susurradas, todas cargadas de subtexto.
Olivia se mantenía cerca de Alexander, como un velero pegado a un acorazado en aguas infestadas de piratas. Él era un imán para los invitados. Accionistas menores, socios comerciales de rostro curtido, parientes lejanos con sonrisas ambiciosas… todos se acercaban con la excusa de felicitar a Charles, pero sus ojos se deslizaban inevitablemente hacia Alexander y, con mayor intensidad, hacia ella. Era la nueva pieza en el tablero, la variable desconocida que había alterado el equilibrio de poder en Vance Enterprises. La sentían, la olfateaban, tratando