El debate en la sala de juntas de Vance Enterprises había alcanzado una intensidad febril. Las voces chocaban entre las paredes de caoba, un coro de desconfianza y ambición donde cada palabra era un arma. Olivia, instalada en el ojo del huracán, sentía la presión física de doce pares de ojos escrutándola, midiendo cada uno de sus gestos, cada titubeo, cada pausa para respirar. La fatiga era un peso denso en sus huesos, pero su mente, afilada por semanas de preparación brutal, funcionaba con la claridad nítida de la supervivencia. Respondía a cada objeción, desarmaba cada argumento con datos y una lógica fría que parecía exasperar aún más a sus detractores.
Charles, cada vez más rojo de ira ante la creciente receptividad hacia la idea de Olivia, finalmente jugó su carta más sucia. Golpeó la mesa con el puño, haciendo temblar las tazas de café.
—¡Basta! —rugió, y el silencio cayó de golpe—. Esto es una farsa. ¿O acaso creen que esta... visión es realmente de ella? —Su mirada, cargada de