La mañana de la junta amaneció con una luz gris y decidida que se filtraba entre las pesadas cortinas de terciopelo de la suite de Olivia. Se vistió con movimientos precisos, casi ritualísticos. Cada prenda era una pieza de su armadura: la camisa de seda blanca, impecable; el traje pantalón gris perla, cortado con una severidad elegante que hablaba de autoridad, no de decoración; los tacones bajos, lo suficientemente altos para imponer presencia, pero no para comprometer su estabilidad. Al observarse en el espejo de cuerpo entero, no vio a la novia de Alexander Vance. Vio a Olivia Green, consultora estratégica. La actuación había terminado. Hoy, la realidad era suficiente.
Al bajar al vestíbulo a las 7 a.m. en punto, encontró a Alexander ya esperando. Iba impecablemente vestido con un traje azul marino oscuro que parecía fundido a su cuerpo, una corbata de seda granate la única concesión al color. Su mirada, al posarse en ella, fue un rápido y profesional escaneo de evaluación. Un cas