La víspera de la junta de accionistas cayó sobre Blackwood Manor con una quietud antinatural. Setenta y dos horas de trabajo frenético, de idas y venidas de borradores entre Olivia y Alexander, de ajustes milimétricos y de largas horas de debate estratégico, habían culminado. La presentación, ahora un documento pulido y letal, descansaba en sus dispositivos, lista para ser desplegada.
Olivia pasó la mañana en un estado de calma tensa, casi meditativa. No abrió ningún informe. No repasó ningún dato. Siguiendo el consejo inesperado de Alexander durante su última sesión de revisión la noche anterior, dedicó las horas a despejar su mente. Paseó por los jardines, ahora verdes y vibrantes con la llegada de una primavera tímida, sintiendo el sol pálido en su rostro. Observó el ir y venir de los empleados, la mansión funcionando con la precisión de un reloj suizo. Era la calma antes de la batalla, y cada respiro consciente era una forma de cargar las armas.
Alexander, por su parte, era un esp