El oficial me deja en la puerta de mi casa, y espera a que entré a ella. Cuando cierro detrás de mí, escuchó el motor alejarse. Se nota que le han pedido asegurarse que yo esté en casa.
Me duele todo mi cuerpo, no puedo decir qué parte más que otra. En automático, dejo mi cartera y celular tirados sobre la mesa de la sala, y me dirijo al baño. Abro la regadera, giro la llave del agua caliente y de poco a poco el lugar se llena de vapor.
Dejo caer mi ropa, la chamarra ensangrentada, la sudadera, los jeans, hasta mis tenis con manchas de sangre los dejo a un lado del bote de ropa sucia. En este momento solo me estorban. Me quito la gasa de mi cabeza, el vendaje de mi brazo, veo que todo esté bien, y me meto a la regadera, el agua caliente me pega en el cuerpo de forma cruel y las lágrimas empiezan a mezclarse con el agua teñida de la sangre de Gerardo que aún tenía en mi cuello y brazos.
Empiezo a hiperventilar debajo del chorro de agua, no puedo parar de llorar, siento que me han arran