Ya son más de las diez de la noche, Armando y yo seguimos en el sillón de la sala de espera. Martha acaba de subir a ver a Gerardo, quien ya se encuentra en una habitación del recinto médico.
Ahora que tengo unos minutos de calma externa, me recargo en el sillón para tratar de digerir todo lo que pasó hoy. Ha sido un día en extremo pesado, siento que voy corriendo en la maratón, y aún esto no para. Mi cuerpo se siente deshecho por el estrés, me duele un poco la cabeza, el abdomen, las piernas, no sé diferenciar muy bien qué me pesa más.
Armando se acerca tímidamente y me mueve algunos mechones de cabello que caen sobre mi rostro. No ha sido nada intimo o que pase de lo físico, pero se siente tan bien esa cercanía. Y al mismo tiempo, me inhibe. Hace que la piel se erice y me sonroje.
Sin mediar palabra, solo me ve a los ojos y me sonríe. No ha sido un día fácil para él tampoco, ha tenido que conducir un auto que no conoce, que no era fácil para él, y lo ha tenido que hacer para salvarl