—Abre —ordenó Angelo.
Lionetta sonrió antes de obedecer. Él no le había permitido siquiera tocar el tenedor; él mismo la había alimentado durante todo el desayuno.
Era imposible no encontrarlo demasiado tierno.
—Creo que ya he comido demasiado —comentó después de tragar.
Aún no habían hablado del pasado, y Lionetta no tenía prisa. Estaba disfrutando demasiado de tener toda la atención de Angelo y de la calma que se había instalado entre ellos como para arriesgarse a romper ese momento con preguntas cuyas respuestas podían esperar.
Por ahora, le bastaba con saber que él había recuperado la memoria. Que había recuperado a su esposo por completo.
No le importaba lo que descubriera o lo que él tuviera que decirle. No pensaba alejarse de su lado.
—¿Cómo está tu pierna? —preguntó, después de beber un poco de agua.
—Bastante mejor de lo que esperaba.
—No te olvides de tomar tu medicación.
Él se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—No lo haré.
Lionetta había perdido la cuenta de cuántos