Se hizo un silencio denso en la mesa en cuanto Angelo terminó de contar todo lo que Nerea había descubierto. Era como si todos estuvieran conteniendo el aliento, mientras sus expresiones pasaban por diferentes emociones: unas mostraban una rabia apenas contenida, otras se tornaban sombrías, frías, analíticas.
Angelo vio a su padre fruncir el ceño, probablemente ya analizando su ataque en contra de Tazio.
—¡Maldito hijo de put@! —rugió Teo, rompiendo el silencio como una explosión contenida—. Y pensar que ese bastardo parece inofensivo. Si en realidad tuvo algo que ver con tu accidente… —la amenaza quedó flotando en el aire, cargada de furia.
Angelo supuso que no había terminado la frase solo por respeto a los presentes.
Cualquiera que no conociera a Teo se habría sorprendido por el repentino cambio. De su habitual sonrisa fácil y tono jovial, había pasado a un estado casi peligroso. Su hermano tenía los músculos tensos, la mirada sombría y la mandíbula apretada. Pese a su carácter rel