Capítulo 44

Adriano se reclinó en el asiento, dobló una pierna y la colocó encima de la otra. Luego, durante un rato, se limitó a observarlo en silencio.

Angelo sostuvo su mirada, esperando lo que tenía que decir. Era difícil adivinar el rumbo que tomaría la conversación la ver la expresión imperturbable de su suegro.

—Me gustaría saber qué demonios está sucediendo —dijo Adriano con calma—. Mi hija está en casa y, aunque no me quejo de tenerla con nosotros —su madre y yo adoramos cuando nos visita—, parece que le cuesta sonreír y está distraída. He tratado de averiguar qué le sucede, pero ella sigue diciendo que todo está bien. Así que vine a ver si tú me puedes dar una respuesta.

—¿Lionetta está en tu casa?

Adriano soltó un resoplido.

—Sí. Y si lo creo necesario, se quedará allí a partir de ahora.

—Eso no va a suceder —soltó con dureza.

—¿Y quién lo va a impedir? ¿Tú? —Adriano esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Es mi esposa.

—No es nada que no pueda arreglar un buen abogado, ¿verdad?

A
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