—¿Cómo está tu pierna?
Angelo dejó de mirar a los muchachos que entrenaban sobre la lona y giró la cabeza hacia su padre.
—Mejor de lo que esperaba. Me gustaría que lo suficiente como para poder pelear contigo, pero probablemente solo terminaría haciéndome más daño. Y si Lionetta se entera, no estará nada contenta. —Esbozó una sonrisa nostálgica.
Regresó su atención hacia el frente y se quedó en silencio, observando los golpes que se intercambiaban en el cuadrilátero. Le habría gustado estar en condiciones de subir allí, enfrentarse a cualquiera de ellos y liberar algo de la tensión que lo consumía.
Salir de la cama esa mañana había sido una de las cosas más difíciles que había hecho. Habría preferido quedarse abrazado a Lionetta, envuelto por su aroma relajante, dejando que el mundo se detuviera por un rato más. Pero la quietud solo había hecho más ruidoso el torbellino que eran sus pensamientos. Así que, finalmente, había optado por levantarse.
Le había enviado un mensaje a su padre