Lionetta salió de la habitación principal, donde había estado alistándose, y bajó a la planta baja.
Angelo ya la esperaba en la sala, ataviado en un traje de gala. Al oír sus pasos, él se giró hacia ella. Abrió la boca una vez, luego otra, como si intentara decir algo, pero las palabras no le salían.
Lionetta vestía un conjunto dorado que parecía hecho para provocar un infarto. La parte superior consistía en dos tiras de tela que cubrían apenas lo justo de sus senos, dejando ver un insinuante escote que bajaba hasta su abdomen y lo hizo desear perderse en él. La parte inferior caía hasta unos centímetros por encima de los talones, y fluia con cada movimiento de su esposa. Su esposa había completado el look con unos tacones a juego.
—¿Qué opinas? —preguntó ella, girando sobre sí misma.
Su mirada se detuvo en la espalda completamente descubierta de Lionetta, y un hormigueo recorrió sus labios al imaginarse repartiendo besos a lo largo de su columna.
—Te ves… deslumbrante —murmuró por