Capitulo4
—Ya te lo he explicado —dijo Mateo con voz paciente, casi condescendiente—. Lucía está embarazada y no me siento tranquilo dejándola sola. Solo estoy cuidándola un poco, no es nada más.

Yo ni siquiera quise entrar en discusión.

—No estoy haciendo una escena —respondí con un tono tranquilo, aunque por dentro hervía de rabia—. Lucía está esperando un hijo y claro que necesita cuidados. Ve, haz lo que tengas que hacer.

Mateo me miró, sorprendido, como si no esperara una respuesta tan inesperada. Por un segundo, suspiró aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Sonrió con dulzura, esa sonrisa falsa que alguna vez me hizo creer que lo conocía.

—Sabía que tú, Camila, eres la única que en realidad me comprende.

Se inclinó para poder besarme en la frente como si nada, y añadió con afecto fingido:

—Tranquila, mañana pasaré el día contigo y nuestro hijo.

Yo me vi obligada a mantener la compostura, y a contener las náuseas que me revolvían el estómago. Le devolví la despedida con una expresión vacía e indecisa.

Al día siguiente, Mateo se mostró muy atento. Había preparado el auto con esfuerzo y dedicación, quería llevarnos a Tomás y a mí a dar un paseo, como si todavía fuéramos una familia feliz.

Tomás, ilusionado, tenía los ojos brillando de la emoción. Y, al ver su carita de asombro, simplemente no fui capaz de decirle que no.

Pero todo se vino abajo en cuestión de segundos.

La sonrisa alegre de Tomás se congeló. Su cuerpo se encogió en señal de una convulsión aterradora, se llevó las manos al vientre y su cara se tornó pálida. De pronto, comenzó a escupir espuma blanca por la boca.

El terror se apoderó de mí y me arrodillé de golpe junto a él.

—¡Mi amor! ¡Tomás! ¿Qué te pasa? —grité asustada—. ¡Mateo, llama al curandero ahora mismo!

La cara de Mateo cambió de color, pero, justo cuando estaba a punto de correr hacia nosotros, un sirviente se arrojó al suelo delante de él, de rodillas.

—¡Alfa! ¡Tengo noticias urgentes! —anunció el hombre, angustiado—. ¡Lucía se ha puesto mal! Dice que siente un dolor muy fuerte en el abdomen… Pide que el curandero vaya a verla de inmediato.

Reconocí enseguida a ese sirviente. Era uno de los que siempre estaban al lado de Lucía.

Mateo palideció.

—¿Qué? ¿Qué le pasa a Lucía? —preguntó, lleno de nerviosismo—. ¡Rápido! ¡El curandero! ¡Que alguien vaya con ella ahora mismo!

Me quedé petrificada, sin creer lo que veían mis ojos.

Tomás seguía convulsionando en el suelo, con espuma en los labios, y Mateo… simplemente se dio la vuelta y se marchó muy tranquilo con el curandero, como si mi hijo no importara en lo absoluto.

—¿Mateo, piensas abandonar a Tomás así como así? ¿No te importa si vive o muere?

Él se detuvo apenas unos segundos, giró la cabeza y, sorprendido, me dijo:

—Seguro solo comió algo que le cayó mal. Mandaré a otro sirviente a buscar un segundo curandero. Los niños se enferman todo el tiempo, no es nada grave. Lucía está embarazada —añadió—. Y en este estado es muy frágil. Ella necesita más atención que Tomás.

Sentí cómo la rabia me recorría como una corriente eléctrica. Todo mi cuerpo temblaba de impotencia, pero no podía dejar solo a mi hijo.

Solo pude ver, con los ojos llenos de furia, cómo Mateo se alejaba poco a poco con el curandero, sin mirar ni por un solo instante hacia atrás.

Esa fue la gota que colmó el vaso. No me quedó ni una mínima pizca de esperanza en ese hombre.

Temblorosa, marqué el número de mi padre y le supliqué ayuda.

Por suerte, mi padre respondió al momento. En menos de una hora, envió a uno de sus hombres con un curandero de confianza.

Después de examinar a Tomás, el curandero procedió a tratarlo. El niño comenzó a vomitar sin parar, hasta que expulsó un charco espeso y verdoso.

El curandero, sorprendido y con cierta preocupación en el rostro, negó con la cabeza.

—Qué crueldad tan despreciable… ¿Quién puede tener el corazón tan podrido como para intentar envenenar a un niño?

Sentí un fuerte escalofrío que me recorría la espalda.

—¿Está diciendo… que alguien le dio veneno a mi hijo?

—Aunque fue una dosis muy baja de acónito, el cuerpo de un niño no tiene la resistencia de un adulto —respondió el curandero con su habitual expresión preocupada—. Y su lobo interior todavía no es estable. Si hubiéramos tardado un poco más en llegar, tal vez no habría sobrevivido.

Tomás, al final, estaba fuera de peligro, pero yo no podía dejar de temblar.

Sujeté su pequeña mano con mucha fuerza, sin querer soltarla, como si al hacerlo pudiera protegerlo del mundo entero.

Cuando despertó, le pregunté con delicadeza si había comido algo extraño últimamente, algo fuera de lo común.

Él se quedó pensativo por un rato, rascándose la cabeza una y otra vez.

—Fue la tía Lucía… —dijo con voz bajita—. Ella me dio unas golosinas muy ricas. Me dijo que los niños no deben comer muchas, y que no debía contártelo… Pero yo no quería que te enojaras, así que solo comí un poquito.

Mis puños se cerraron con tal fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas de mis manos.

¡Lucía!

El acónito es lo bastante potente como para derribar incluso a un alfa adulto… ¿Y ella se había atrevido con cinismo a usarlo contra un niño? ¿Contra mi hijo?

Antes, todas sus provocaciones me parecían ser algo despreciables, sí, pero nunca dignas de una respuesta.

Pero Tomás… Tomás era mi límite.

Faltaban solo tres días para mi partida.

«Y, en esos tres días, Lucía, te voy a preparar un regalo que no vas a olvidar jamás».

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP