Mateo se quedó inmóvil.
—¿Qué dijiste...? —preguntó, como si no hubiera escuchado bien.
Lo miré a los ojos y lo repetí con cuidado palabra por palabra, sin dudarlo.
—Lo que quiero que me traigas es una máquina del tiempo. Solo así, si puedes volver al pasado, a ese momento en el que aún no me habías hecho daño, quizás así Tomás y yo podríamos perdonarte.
Su expresión se fue congelando poco a poco, centímetro a centímetro.
Hasta que esa esperanza que iluminaba sus ojos desapareció y lo que quedó fue solo un vacío reflejo de tristeza.
Se arrodilló de golpe frente a Tomás y a mí.
Su voz salió rota, con una desesperación que se aferraba al último hilo de ilusión.
—Camila… ¿Acaso me estás castigando con una broma cruel? Una máquina del tiempo… Eso no existe… Nunca existirá…
Sonreí con sarcasmo, carente de compasión.
—Exacto. En este mundo no existen las máquinas del tiempo. Y por eso, Mateo, tampoco existe una segunda oportunidad para ti. Si no puedes traerme eso, entonces, acepta que esta