Una vez que logré calmarme, me senté con mis padres y les conté todo lo que había vivido durante estos años.
Las humillaciones, la soledad, la lucha constante por proteger a Tomás… Todo salió de mi boca como un río que había estado represado demasiado tiempo.
Mi padre me escuchó atento, en silencio. Luego me dijo que, después de haberme acompañado al avión, uno de sus hombres regresó con discreción a la manada del Bosque Gris para seguir indagando y así poder conseguir información sobre lo que ocurría en ese lugar.
Ese subordinado contó que, justo antes del inicio de la ceremonia de sucesión, mientras Mateo se preparaba para recibir oficialmente el poder del clan, sintió un dolor cruel y despiadado, como si algo dentro de él se quebrara.
Se llevó las manos al abdomen, se dobló sobre sí mismo y cayó de rodillas, el cuerpo temblándole por las convulsiones que sentía.
Era el efecto de la droga que yo le había pedido a mi padre que le administrara unos días antes.
Una pócima especial, elab