A la mañana siguiente, mientras intentaba consolar a Tomás, que otra vez se quedó sin desayunar junto a su padre, los molestos golpes en la puerta volvieron a interrumpir la tranquilidad.—El consejero anciano ordena que vayas a la sala del consejo —anunció una voz fría desde el otro lado de la línea.Antes de que Mateo comenzara a enredarse con Lucía, los sirvientes todavía me dirigían la palabra con mucho respeto, me llamaban «señora Camila». Pero ahora… mi verdadera identidad se había vuelto algo confusa, indefinida, casi imperceptible.Dentro de la manada del Bosque Gris, incluso los omegas —los de menor rango— me miraban por encima del hombro, como si yo no valiera nada.Cuando llegué a la sala del consejo, todos los ancianos estaban allí, reunidos con su habitual resplandor, junto a los nobles de la manada.Las sonrisas de los consejeros eran radiantes, casi divertidas, cuando miraron a Lucía con una alegría fingida. —Felicitaciones —dijo uno con voz entonada—. La curander
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