Elías se dejó llevar por Gabriel y Mauricio con una mezcla de resignación y curiosidad. La imagen de los tres saliendo de Hacienda Renacer, con Clara sonriendo feliz, era tan surrealista que casi resultaba cómica. La sorpresa inicial fue cuando, apenas subidos al auto, Gabriel sacó tres diademas de princesa con brillantes de plástico.
—¡Es la regla! —anunció Gabriel con una sonrisa de oreja a oreja, colocándose la suya con orgullo. Mauricio, riendo, hizo lo propio y luego, con ceremonia, le plantaron una a un Elías que ponía los ojos en blanco, pero que, en el fondo, no pudo evitar una sonrisa.
Sin embargo, la velada que siguieron no tuvo nada que ver con los estereotipos que Elías, quizás por ignorancia, podría haber esperado. Una vez en un exclusivo pero discreto club de tabacos y whisky, lejos de miradas indiscretas, las diademas se quedaron puestas como una broma interna, pero la conversación fue profundamente masculina y sincera.
—Que seamos homosexuales no quiere decir que t