El día previo a la boda de Valeria y Elías, la Hacienda Renacer bullía con una energía nerviosa y feliz. Entre cajas de decoración y listas de verificación, Valeria daba instrucciones finales a su asistente en su oficina cuando un golpe suave en la puerta interrumpió la reunión.
Al abrir, se encontró con la inesperada figura de su padre. Esteban, con una elegancia que no podía ocultar cierta rigidez, sostenía una caja de joyería antigua entre sus manos.
—Valeria —dijo, con una voz más suave de lo habitual.
Ella, sorprendida, despidió a su asistente con un gesto. —¿En qué puedo ayudarte, padre? —preguntó, con una cordialidad que, aunque educada, carecía del calor que él anhelaba.
El dolor traspasó a Esteban, pero lo ocultó tras un gesto neutro. Extendió la caja hacia ella. —Esto es tuyo.
Valeria la tomó con curiosidad. Al abrirla, el aire le fue arrebatado de los pulmones. Sobre el terciopelo azul reposaba un juego de joyas exquisito: un collar con un zafiro central de un azu