La lámpara de escritorio en el despacho de Ricardo en Porteira proyectaba una luz dura sobre las fotografías dispersas. En unas, Mauricio y Gabriel presentaban "Marea Alta" con sonrisas profesionales, un equipo impecable. Su hombre de negocios, el frío analista en su interior, no podía negar la elegancia del proyecto, el acierto comercial. Asociarse con un Brévenor, aunque fuera el "menos útil", había sido una jugada inteligente por parte de su hijo. Un movimiento que, a regañadientes, le concedía.
Pero luego estaban las otras fotos. Las robadas con teleobjetivo en la terraza de Costa Serena al anochecer. No era una boda, era una burla. Un apretón de manos ante un notario, un beso discreto bajo las estrellas. La simpleza del acto lo enfurecía más que una ceremonia fastuosa. Era una declaración de que no necesitaban su aprobación, ni su mundo. Que su amor era suficiente en su pequeño rincón de playa.
Un gruñido escapó de su garganta. Tenía que acabar con eso. Aunque no había hech