El último detalle con la organizadora de bodas había quedado resuelto. El aire en el despacho de Hacienda Renacer olía a flores de muestra y a anticipación. En una semana, serían el Señor y la Señora Alvareda. Valeria, con un brillo juguetón en los ojos, seguía probando un trozo del pastel de prueba mientras acariciaba la seda de un rollo de tela decorativa.
—Nuestra boda será hermosa, Elías.
Él se acercó, su presencia llenando el espacio a su alrededor. Sin mediar palabra, la levantó con facilidad y la sentó en su regazo, sobre el escritorio.
—Más hermosa será la novia —murmuró, enterrando su nariz en su cuello.
Ella rió, una risa libre y feliz, y con el dedo, tomó un poco de la cobertura de crema del pastel y la embarró en la piel de su cuello. Luego, inclinándose, la lamió con languidez.
—El pastel sabe mejor sobre ti, señor Alvareda.
Un gruñido ronco escapó de Elías. Sus brazos se apretaron alrededor de ella, pegándola más contra su cuerpo. Valeria pudo sentir la dura evide