El sol de la primavera bañaba los viñedos de Hacienda Renacer con una luz dorada que parecía sacada de un sueño. La vendimia estaba en su punto álgido, y el aire olía a tierra húmeda, uva madura y alegría. Era una jornada perfecta, un respiro consciente y preciado en medio de la tensión que todos sentían latir en la distancia.
Valeria, con un sombrero de paja que le protegía el rostro, cortaba racimos junto a Elías. Sus risas se mezclaban con el rumor de las hojas y el canto de los pájaros. Él la observaba, a veces, con una incredulidad que no lograba disipar del todo. Verla allí, en su tierra, que ahora era su tierra, moviéndose con la gracia natural de quien pertenece al viñedo, era un milagro que jamás creyó merecer.
—Parece que las vides rendirán aún más de lo que esperábamos —comentó Valeria, depositando un racimo especialmente pesado en el canasto de Elías. Sus dedos se rozaron, y una chispa de complicidad pasó entre ellos.
—Como tú —murmuró él, acercándose lo suficiente par