El rumor del nuevo puesto de Gloria se filtró por los pasillos del poder financiero de Brévena con la velocidad de un relámpago. Y Ricardo Auravel, siempre con el oído pegado al suelo, fue el primero en escucharlo. Una sonrisa fría se dibujó en sus labios. La pieza que tanto había esperado acababa de moverse al lugar perfecto.
No perdió tiempo. Esa misma tarde, se presentó en el lujoso apartamento de Gloria, sin anunciarse, con una botella de champán francés y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Gloria. Me enteré de tu ascenso. O debería decir, de tu reintegración —comentó, sirviendo dos copas. Ella, reclinada en el sofá con su prominente vientre de seis meses, lo observaba con desconfianza y una curiosidad voraz.
—No es un ascenso, Ricardo. Es un exilio dorado —replicó ella, aceptando la copa pero sin brindar.
—Todo depende del cristal con que se mire —él alzó su copa—. Para Esteban, es una forma de tenerte controlada. Para mí… es una oportunidad. Brindo por las oportunidades