Mauricio se había convertido en el hijo ejemplar ante los ojos de su padre. Su eficiencia en Marítima Auravel era impecable, pero siempre mantuvo una parte de su agenda celosamente guardada. Tras días de búsqueda discreta, finalmente dio con los registros financieros clave: los de la empresa justo antes de la gran expansión, los años en que el dinero de los Alvareda misteriosamente entró en sus arcas. Eran montañas de documentos, con inversiones opacas y transferencias a sociedades con nombres genéricos que gritaban ser pantallas. La prueba estaba allí, enterrada en la burocracia.
Ricardo, por su parte, no dejaba de presionar con el anuncio de la boda.
—Será pronto, padre, calma —lo tranquilizaba Mauricio con una sonrisa serena que ocultaba su desprecio.
Esa mañana, decidió usar la farsa a su favor.
—Iré a ver a Valeria. Está con Gabriel en Costa Serena —anunció.
Ricardo lo miró con sospecha, pero Mauricio sonrió con un tono sugerente y cómplice.
—Vamos, viejo, tú también fu