Los días posteriores al evento de OrbisNex fueron una tortura lenta y metódica para Elías. Cada mensaje a Valeria era respondido con un frío y distante "No es el momento". Cada ramo de flores —girasoles, sus favoritas— era devuelto a la puerta de su hotel sin una nota. Cada regalo, un libro de enología raro, una botella de un vino que habían catado juntos, era reenviado sin abrir. El silencio era un muro infranqueable, y cada rechazo era un martillazo en el pecho.
La confesión, esa verdad a medias que creyó sería su salvación, había sellado su condena. Ella no quería escuchar más palabras. Sus acciones pasadas, la mentira fundamental, hablaban más fuerte que cualquier explicación.
Solo quedaba un hilo, delgado y tenso: la visita a los viñedos Brévenor, pactada antes de que el mundo se desmoronara. Valeria no la había cancelado. No era una invitación, era una obligación profesional. Pero para Elías, era su última trinchera. La única oportunidad de estar cerca de ella, de que lo viera