El regreso a la mansión Brévenor fue sorprendentemente tranquilo. Valeria cruzó el umbral no como la hija rebelde que se había ido, sino con una serenidad calculada. Había intercambiado la franca rebeldía por una máscara de docilidad, un arma mucho más afilada.
Esteban la recibió en su estudio. —¿Y bien? ¿Cómo fue tu... escapada rural? —preguntó, con un dejo de desdén.
—Fue una consultoría, padre —respondió Valeria, con voz neutra, sirviéndose una taza de té—. Un viñedo familiar, heredado por un joven un poco perdido pero con entusiasmo. Buen suelo, cepas antiguas. Un proyecto interesante, aunque modesto.
Esteban la observó, extrañado por su tono práctico y desapasionado. —Un pasatiempo peculiar. En fin, espero que hayas terminado con eso y puedas enfocarte en lo verdaderamente importante.
Valeria entendió perfectamente a lo que se refería: el matrimonio con Mauricio. Antes, habría estallado. Ahora, simplemente dejó que la máscara se asentara más firmemente.
—Está bien —dijo, con una