Necesitaba un momento. Se encerró en el despacho de su padre. El aire aún olía a su colonia, a whisky y a poder. Una presencia fantasmal que la abrumó. Abrió la caja fuerte con manos temblorosas, buscando algún documento, un protocolo, cualquier instrucción para esta situación. No había nada. Solo el silencio de un hombre que nunca creyó que su final pudiera ser tan abrupto y violento.
—Valeria —la voz de Armando llegó desde la puerta, suave pero firme—. Es hora. Debemos ir a la morgue.
Ella asintió, secándose una lágrima furtiva. Al salir, no pudo evitar acercarse nuevamente al área acordonada. Vio a los peritos revisando el coche en el que Elías había llegado la noche anterior. De la cajuela sacaron cables sueltos y varias botellas con líquidos oscuros.
—Cuidado —advirtió uno de los oficiales—. Son inflamables.
El corazón de Valeria se hundió. La evidencia circunstancial se acumulaba como una losa sobre la inocencia de Elías. La duda, esa serpiente traidora, intentó envenena