La luz blanca y fría de la comisaría central de Brévena era un mundo aparte del sol que bañaba los viñedos. Elías, con las muñecas esposadas por delante, fue conducido desde el vehículo policial a través de una puerta trasera, evitando la prensa que se agolpaba en la entrada principal. El golpe sordo de la puerta de metal al cerrarse detrás de él resonó como el portazo de su antigua vida.
El alta médica había sido solo un trámite burocrático. Un médico firmó un papel que decía que estaba en condiciones de ser procesado. Nada más.
El procedimiento fue frío, metódico, diseñado para despojar de toda humanidad. Un agente con rostro impasible lo guio a una sala de registro.
—No puede hablar con nadie excepto con su abogado —le informó el agente, como si leyera de un manual.
Luego, otro oficial, con una voz plana y carente de toda emoción, se paró frente a él y le notificó oficialmente su situación:
—Elías Alvaredo, queda usted detenido bajo sospecha de homicidio agravado de Est