El coche de Leo apenas se detuvo frente a Hacienda Renacer cuando Clara abrió la puerta y salió corriendo, sin importarle la elegancia, con el corazón estrujado por la noticia que había recibido. Cruzó el umbral como un vendaval, su mirada buscando desesperadamente un rostro familiar en la penumbra del salón.
Allí estaba, esperándola como un roble fiel, Don Armando, "El Tano". Sin mediar palabra, Clara se lanzó a sus brazos, abrazándolo con la fuerza de quien se aferra a un salvavidas.
—No pueden hacerle esto a mi niño, Armando —susurró, su voz quebrada por un llanto contenido.
El Tano la sostuvo con firmeza, su mano callosa acariciándole la espalda. —Lo sé, Clara. Por ahora no podemos hacer nada, pero sabemos que es inocente. Dario es el mejor. Logrará sacarlo.
Clara se separó un poco, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. —¿Dónde está Valeria?
—Está en su habitación. Llegamos hace un rato; pasamos la noche en el hospital con Mauricio. Le dije que se diera una ducha y