Cada paso de Valeria por los pasillos del hospital resonaba como un latido de angustia. Su mente, nublada por el dolor, intentaba aferrarse a la logística, a lo práctico, para no desmoronarse por completo.
—Leo —dijo, su voz un eco quebrado—, llama a Clara. No, mejor… envía a alguien a buscarla. Ahora. Antes de que vea las noticias y… —la imagen de Clara enterándose por un titular sensacionalista le partió el corazón.
—Iré yo mismo, señora —respondió Leo con firmeza, comprendiendo la urgencia.
—Bien. Y llama a mi asistente, que se encargue de… —las palabras murieron en sus labios. Los preparativos para el funeral de su padre. El peso de esa realidad la golpeó de lleno, pero otra necesidad, más visceral, la empujaba hacia adelante—. No, yo… que ella se encargue del funerla... Elias me necesita.
Su voz se quebró en un susurro, pero sus pies no se detuvieron. Siguió caminando, arrastrando el peso de un mundo que se desintegraba.
Al llegar a la puerta de la habitación, dos ofi