Clara entró a la habitación con paso sigiloso, una sonrisa trémula en sus labios. El aire aún cargado de la intensa emoción del reencuentro.
—Ya casi es hora, Valeria —dijo suavemente, acercándose a la cama.
Valeria se separó de Elías de un salto, con expresión culpable. —Oh, Clara, perdóname, no te dejé tiempo con él.
—Shh, mi niña —la interrumpió Clara, acariciándole el brazo—. Tú tenías más tiempo sin verlo que yo. —Luego, volvió su atención a su hijo, abrazándolo con una fuerza que hablaba de todos los días de angustia—. No veo la hora de que vuelvas a ser un hombre libre… Te extraño tanto en la casa.
—Yo también los extraño, mamá —susurró Elías contra su hombro, cerrándo los ojos por un segundo, saboreando el consuelo de su abrazo—. Todo se arreglará pronto, te lo prometo.
En ese momento, un golpe seco contra el cristal de la puerta rompió el momento. Uno de los guardias señalaba su muñeca con un dedo. La señal.
Clara asintió con resignación. —Cuídate mucho, mi niño